2.02.2007

Mi muñeca gigante




“Tengo el cráneo trizado por los golpes de mi imaginación”.
Vicente Huidobro



Estoy en la calle Monjitas, en Chantiasco (fusión de las palabras chanta y asco) esperando que aparezca la famosa muñeca gigante del grupo de teatro Royal de Luxe.
A estos chicos franceses los conozco desde hace años, cuando montaron en un liceo del cerro Cárcel la obra Cuentos negros, e inmediatamente percibí genialidad absoluta en cada uno de sus integrantes.
Recuerdo ver salir a Jean Luc, el director de la compañía, bastante borracho del Cinzano, con su nariz roja y sus lentes tipo Allende maquinando en su cerebro más fantasías impactantes.
Tengo imágenes grabadas de Carmen Corena y Pollito cantando el chipichipi antes que empezara la obra. El público aplaudía contento y quedaba calientito para el show.
Ahora estoy con mi hijo sobre mis hombros y mi novia esperando el paso de la pequeña giganta.
¡Ahí viene, ahí viene!, fueron los primeros gritos. La muñeca y sus operadores liliputienses se acercaba a toda velocidad, mientras la giganta comía una paleta de helado de más de un metro.
Cuando pasó a escasos centímetros de nosotros, las lágrimas tomaron por asalto mis ojos. Era algo único e impresionante.
Los liliputienses con sus trajes rojos y su paso marcial teatral era más que hermoso. Ellos sabían que estaban moviendo no sólo un gran pedazo de madera, sino que también la imaginación y los sentimientos de miles de seres humanos.
La vimos no más de cinco minutos, antes que la masa, inyectada de ansiedad y ciega de emoción, tratara de aplastarnos.
El domingo salimos en busca del gran final. Llegamos a Plaza Italia y quedamos justo en la parte de atrás. Una gran jaula que tenía tatuado el nombre de Valparaíso era parte del montaje.
Tuvimos que correr por calles paralelas en el intento de encontrar un espacio para mirar. Un conserje calvo salió de un edificio y nos gritaba: “lleven sus peinetas cabros pa que peinen a la muñeca”. Otros le contestaron “güena pelado, los decís porque vos no ocupai peineta”.
Entre risas llegamos al frontis de la Biblioteca Nacional. Con ese gran edificio de fondo me despedí de mi giganta, mientras me acariciaba mi cráneo, lleno de trizaduras, por los implacables golpes de mi imaginación.

ajenjoverde@hotmail.com

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