5.11.2006

Maldito Sudaca


(Crónicas de viaje)

Estoy a un minuto de que me atienda un policía aduanero en el aeropuerto de Barcelona y me siento algo tenso. Justo me tocó el guardia pesado, amargado, que seguramente tiene graves problemas con su mujer y se descarga con los cientos de latinos que diariamente tiene que dejar entrar a su país.
Afuera del aeropuerto me espera mi novia. Había llegado temprano para recibirme con un atuendo especial y cargada de cariño.
"A qué viene usted", me pregunta el policía aduanero. Le respondo que visitaré por un mes a mi novia, que estudia en Barcelona, y que cuento con una carta de invitación notariada que se exige para las personas que llegan a España sin un programa turístico prepagado.
"Usted perfectamente puede no conocer a esta persona", me responde groseramente el guardia. A esa altura la paciencia se agotaba, sin embargo era el miedo el sentimiento que se concretaba en imágenes cerebrales de repatriación y deportación.
"Enséñeme su pasaje de retorno", me ordena el policía. Ahí se me vino el mundo abajo, ya que debido a la regada fiesta de despedida que había tenido en mi casa, se me había olvidado echar en la billetera una copia impresa de mi ciberticket.
Con una suave voz le dije: "no tengo la copia ya que mi pasaje aéreo lo saqué por internet y si quiere pregunte en Iberia".
El guardia gritó algo incomprensible en catalán, pero que se deducía que eran groserías. Tiró mi pasaporte a un lado y me señaló que pasara a una sala especial. A esa altura las ganas de orinar eran el máximo reflejo del terror y avancé al cubículo donde habían dos africanos que transpiraban como maratonistas y una bella colombiana con pinta de prostituta.
(Leer con voz de colombiana tropical) "Pero oye, chico, ¿que tú eres estúpido o qué? ¿Cómo se te ocurre no tener tu ticket de retorno?". Me explicó que ella se había pasado tres meses de su permiso anterior y de los africanos no sabíamos nada, ya que no hablaban castellano, pero en sus ojos había muchísimo miedo.
Pasó una hora y media y recordé que mi mochila debía de estar dando vueltas, solitaria, en la manga de recepción de equipaje. Salí corriendo sin autorización de nadie, llegué a la cinta donde estaba y la recogí. Volví nuevamente y me metí en la sala con mis nuevos amigos.
De repente llegó un auto de policía con balizas prendidas. Ahora, junto a las ganas de orinar, tenía los medios retorcijones de guata. Dos guardias se bajaron y apuntaron a los africanos y a la colombiana. Los subieron al auto y se los llevaron.
A mi me volvió a llamar el policía amargado y me preguntó si traía euros. Después me pidió mis tarjetas de crédito. Con una cara de perro me instaló el selló en el pasaporte y me dejó pasar.
Habían pasado dos horas de terror y salí corriendo a los brazos de mi novia, que ya estaba a punto de armar un escándalo en el aeropuerto por mi desaparición.
Muy asustado le relaté el episodio, mientras ella intentaba calmarme. Yo sólo recordaba en mi mente la canción del desaparecido grupo Circo dedicado a los guardias de seguridad prepotentes: "perros guardianes del poder, maldita raza".
En realidad la maldita raza es la latina, que recibe a los gringos con los brazos abiertos, mientras ellos nos humillan en cada momento.
ajenjoverde@hotmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

"En realidad la maldita raza es la latina, que recibe a los gringos con los brazos abiertos, mientras ellos nos humillan en cada momento."

Cuanta verdad en esto...

Saludos...Dawi.-