
Por Ajenjo
Cuando era un joven estudiante universitario, hace 20 años aproximadamente, tenía un compañero que estaba obsesionado con un ron de marca Silver.
El brebaje, que valía como 400 pesos, tenía un pirata en su etiqueta y según mi amigo, después de dos o tres tragos, podías conversar seriamente con el hombre del parche en el ojo y mano de garfio.
Estos recuerdos me invaden luego que observara el programa de televisión "Informe Especial" que estuvo dedicado a los tragos que beben los jóvenes y que son muy tóxicos.
Tengo imágenes bastantes distorsionadas de estudiantes en la playa de Caleta Abarca rellenando una botella de ron Silver con jugo en polvo para que "pasara más suave por el gaznate".
Creo que cuando uno es joven (y con pocas monedas en el bolsillo) puede darse estas licencias alcohólicas. El hígado recién está comenzando su aventura en la vida y puede recibir cualquier veneno que se lance para adentro.
Recuerdo un verano en Maitencillo, junto a un actual arquitecto del municipio viñamarino, con quien bebíamos un ron llamado "Siberia" y que nos costaba 500 pesos la botella.
Sentados entre las rocas y filosofando de lo lindo terminábamos bailando en la Disco Pool con santiaguinas que se enamoraban de nuestra extrema distorsión.
También estaban los licores Caribean, que se fabrican en una ciudad al interior de la región, y que dejaban a muchos estudiantes completamente nockout.
Las cervezas mañaneras eran bastante frecuentes y había un grupo que siempre estaba buscando las de marca Escudo que tuvieran 5.5 grados de alcohol, ya que existían otras que tenían algunas décimas menos y no eran "tan poderosas".
Cuando estudié filosofía tenía un compañero, amante de Nietzsche, que nos invitaba a su casa y sacaba una botella de gin marca Booths, de litro, y la metía a la juguera junto a un tarro de piña. Después aseguraba que era el mejor licor del mundo.
Varias veces me comí el gusano que traían las botellas de mezcal, sin embargo ahora me ponen algún trago con olor a tequila y me voy directamente a la cama, pálido y con dolor de estómago.
Hay que educar a los jóvenes en el arte del beber. Por suerte yo tuve un profesor jefe en el colegio, de sobrenombre Tomacho, que junto a un selecto grupo de amigos, tuvo la delicadeza de enseñarnos a destapar buenos mostos desde chicos.
Tener cultura alcohólica es importante y no sólo sirve para distinguir entre un Carmenere o un Merlot, sino que sirva para beber bien y de manera moderada (¡sí, claro) y poder extender la vida y seguir conviviendo con los amigos y arreglando el mundo en torno a un buen vaso de vino o ron.