8.08.2005

Todavía estoy vivo, Bukowski



¿Se habrán emborrachado los gusanos que devoraron el cuerpo de Charles Bukowski?, me pregunto mientras el primer pisco sour comienza a bajar por mi garganta, en un homenaje personal que realicé en honor al mítico escritor borrachín y mujeriego, que en un momento de mi vida se convirtió en un faro de distorsión alcohólica y literaria.
El primer pisco sour lo pedí en El Cinzano. "¿Lo quiere seco?", me preguntó el barman. Le contesté afirmativamente, como hubiera contestado un personaje de las novelas de Bukowski. Me trajeron una gran copa achatada llena del fuerte líquido y casi lo bajé al seco.
Hace diez años me encontraba haciendo la práctica de periodista y desde un teletipo que vomitaba rollos de papel, salió la triste noticia de la muerte de este escritor que vivía en California. Todavía recuerdo que pedí permiso a mi jefe y junto al periodista Chelo Tapia, nos fuimos a beber unas sabrosas cervezas para aplacar la sed y el calor del verano quillotano.
Ahora salía del Cinzano con camino al Hotel Brighton. Entré al restaurante que estaba llenos de parejas que hablaban sobre la felicidad del amor. Solo, mirando el rostro de los contentos amantes, me mandé para adentro el segundo sour. Este trago fue peruano y venía con varios ingredientes secretos que le daban un power especial. Me imaginé sentado con una prostituta en el balcón adornado con las albinegras baldosas. Quería estar con una tipa con medias caladas y negras, con tacos rojos y la pintura de la cara corrida. Ojalá que estuviera bien borracha y fuera grosera con las personas de su alrededor.
Pagué el trago, que salió harto caro, y bajé hasta el Bar Inglés. Un grupo de estudiantes subía hacia el cerro Concepción y les puse una estúpida sonrisa que reflejaba que el limón y el pisco ya estaba haciendo sus ansiados estragos en mi cabeza.
Pedí mi tercer pisco sour con unos crudos, para detener la maldita acidez que ya me corroía el tubo gástrico. Recordé a Bukowski en la posta, con su úlcera estomacal reventada, y me di cuenta que lo mío era un pequeño problema de salud. Me puse a observar el noticiero en la televisión, pero sólo logré divisar al locutor moviendo la boca y gesticulando.
Tenía que seguir avanzando hacia los terrenos verdaderos de Charles Bukowski. Había que entrar a un garito cerca de la plaza Echaurren, como El 7 Machos o el Flamingo Rose, y gritar a todo pulmón: "Lo que más me gusta es rascarme los sobacos", para terminar mi homenaje como lo había planificado.
Pero no fue así. Terminé en la barra del Éxodo, mirando a los ojos a la chica dark que me servía el whisky, y se me vino a la mente un gracioso cuento de Bukowski, que narra las conversaciones de un alcohólico con un grupo de enanitos en un bar.
Marqué de memoria el número de los taxis de la plaza Aníbal Pinto y pedí por favor que me vinieran a rescatar. El homenaje había terminado y yo todavía seguía vivo, mientras el cuerpo de Bukowski, hace 10 años, se convertía en pasto de los gusanos.

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