8.11.2005

Solito se metió, solito salió


Este es el último texto que escribo sobre Isla de Pascua. Lo
redacto después de beber tres pisco sours en el Bar Inglés y
una botella de vino blanco que encontré en mi refrigerador, y
que me acechaba como un puma albo en una película del Oeste americano.

Tengo que decir que al abrir la mochila del viaje salió un esqueleto
de madera, pero también apareció el amor. A veces pienso que
estoy loco al escribir esto. La realidad es una y hay que afrontarla
con valentía y honestidad Rapa.

La Isla de Pascua me voló los sesos con una bala cargada de amor.
Y después de esa frase sólo queda hincarse y rezar a los dioses.
A Yoda y a La Fuerza que me acompañará en el resto de los días
de respiración que aún me quedan.

Estoy enamorado y hasta las patas. Así es Rapa Nui. Una isla
donde tuve que defender a mi amada cual "yorgo", de decenas de
locos que querían también probar ese sabor dulce y lechoso, que
me tiene totalmente volátil e irresponsable.

Me traje al continente a una mujer joven, alegre, que tiene una
"pila triple A" todo el tiempo. Tengo miedo, pero sólo queda
entregarme a la aventura y ser feliz. Una tarea difícil, complicada,
algo extraña, pero sabrosa y comprometida.

Puedo contarles que la primera vez que durmió en mi cama, fue
raptada por una mujer Rapa. La sacaron con rugidos en moto, argumentando
que "estaba muy ebria y podía cometer cualquier locura". La defendí
con todo lo que pude en la casa de mis anfitriones, quienes se
reían del suceso. Al final salí al patio, mientras su silueta
se alejaba, y juré venganza.

El acontecimiento fue bastante loco y al otro día me enfrenté
a mis amigos con anteojos oscuros y todavía remecido por las
olas del alcohol extremo.

Pasaron los días en la Isla y ella se fue entregando lentamente.
Descubrimos un rincón, al lado de los moai, al que le pusimos
"el lugarcito". Ahí vimos estrellas fugaces y pedimos deseos
a dioses desconocidos. Nos besamos y quedamos atrapados en este
juego satánico llamado amor.

Cuando nos encontramos en el continente, en Valparaíso, confirmamos
que la experiencia vivida en el viaje continuaba. La llevé a
comer al Caruso, donde descubrimos que Javi, la dueña, era una
militante de la isla cósmica y que su restaurante estaba lleno
de secretos pascuenses.

Después aterrizamos en el Cinzano, junto al socio "tahote mata
tahero", y Carmen Corena nos cantó en Rapa Nui y bailamos en
el escenario ritmos profundos y apretados, durante varios días.

Entramos al túnel del ascensor Polanco, bebimos cerveza en el
Dominó, compartí con su tío en el Moneda de Oro, comimos merluza
frita con los pescadores en la fiesta de San Pedro y nos encerramos
bajo la cortina roja de los privados del Menzel.

"Para mí el viaje continúa", me repetía, mientras Valparaíso
seguía exhibiendo su ya pasada bohemia. "Así es mi vida, joven
muchacha", le respondía, mientras pedía otra botella de vino
tinto.

¿Qué hacer?, podría preguntarse el hombre dudoso. Disfrutar,
amigos, disfrutar y autosentenciarse con la frase más poderosa:
"Solito se metió, solito salió".

ajenjoverde@hotmail.com

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