8.08.2005

Ser burrero


Estoy en la sucursal de la red Telesport, ubicada en la avenida Brasil, en Valparaíso. El local de apuestas para carreras de caballos tiene un simpático bar donde el trago más apetecido son las botellas de cerveza de litro a mil pesos.

Son como las nueve de la noche y estoy con un brother que hacía varios años que no apostaba a las carreras y ganó inmediatamente con el ejemplar Trizado, llevándose cinco lucas con sólo 200 pesos.

Mi brother, que es arquitecto y soltero, invitó a la sucursal a su nueva amiga. Es una simpática y bella niña con la que mantiene una extraña relación de amor y amistad. Son vecinos y se visitan constantemente. Los dos beben como cosacos rusos, sin embargo no son novios. Es una típica relación posmoderna, que no se concreta por el temor al compromiso.

Los tres conversábamos sobre las carreras de caballos, los jinetes y el bizarro mundo de las apuestas, mientras el arquitecto hacía explotar las cinco lucas en la barra del local.

Les cuento a mis amigos que mi abuelo perdió casi toda su fortuna en las patas de los caballos. Era comerciante viñamarino y dilapidó varios negocios en busca de purasangres ganadores.

Es que la "pasión burrera" es algo que tira mucho, incluso más que una yunta de bueyes. Los locales de apuestas siempre están llenos de gente y la fauna que la integra es muy variada y pintoresca.

En el Valparaíso Sporting Club hay siete bares aproximadamente. El cronista Enrique Symms los visitaba todos mientras vivió en un departamento de la Quinta Claude. Con su pinta de Bukowski, partía tomando vino en la barra más rasca, y si le iba bien con las trifectas y quinelas, terminaba tomando whisky en el salón de accionistas.

Las carreras terminaron y decidimos salir a caminar por la noche porteña, y aprovecho para contarles otra historia hípica a la pareja de amigos. Cuando recién había nacido mi hijo, necesitábamos en forma urgente una secadora de ropa. Sin pensarlo mucho, fui al hipódromo y jugue una trifecta de 200 pesos y me gané 89 mil pesos. Agarré cincuenta lucas y las metí a la billetera y el resto se disolvió en un carrete express. Llegué a la casa, con bastante copas en la cabeza, y muy feliz le expliqué a mi mujer que teníamos el pie para la secadora. Ahora mi hijo tiene tres años y medio y con todo lo que he jugado, los caballos se han llevado más de tres secadoras de ropa.

Subimos caminando por el cerro Alegre y llegamos al Vinilo, donde nos detuvimos a tomar unos pisco sours. Al final, llegamos a la conclusión de que la hípica era un vicio que siempre te llevaría a la bancarrota, sin embargo, el placer que el cuerpo segrega cuando el caballo de uno pasa primero por la meta es algo que sólo cambio por el buen sexo. Y eso ya es mucho decir.



ajenjoverde@hotmail.com

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