8.08.2005

Ley seca


Estoy en Iquique, en la Zofri, que es como un mall de todo a mil, tratando de encontrar una botillería con precios rebajados. Al final encuentro una licorería y compro un Baileys, un whisky Cuti Sark de litro y dos botellines de vodka Stolichnaya de medio litro cada uno. La rebaja de los precios fue mínima. Vuelvo con mi mujer a la pensión donde nos estamos quedando. Cuesta ocho mil pesos la pieza, con baño incluido y televisión por cable. Es terriblemente ordinaria, pero nos permite ahorrar antes de ir al pueblo de La Tirana, donde miles de diablos bailan en torno a una virgen.
La primera noche me bajé la mitad del Baileys con el whisky, mientras mi mujer dormía con ropa por miedo a los insectos que podían existir bajo las sábanas. Se me apagó el cerebro con un vaso en la mano y viendo la teleserie "Resistiré".
Al otro día salimos al mercado y comimos cazuela y un pescado frito con ensalada por mil 200 pesos. Tomamos la micro a La Tirana y en la mochila llevababa litro y medio de bebidas energizantes más el Stolichnaya, para mezclarlos al ritmo de los tambores.
Me habían advertido que en el pueblo había ley seca y que los borrachos iban a parar directamente al retén policial. Nos bajamos de la micro a las cuatro de la tarde y un sol espectacular nos permitía lucir nuestras poleras con estampados étnicos.
Después de entrar a la iglesia y recorrer el pueblo, nos sentamos bajo la sombra de un techo y comenzamos la mezcla. Ahí la fiesta cambió de color y aparecieron cientos de bailarines enmascarados, niños disfrazados de pieles rojas y gitanas con vestidos multicolores.
La tarde avanzaba y la feria persa instalada en el pueblo era una de las mayores atracciones. Compré un cuchillo, unas paltas y pan amasado e improvisé una pequeña once, con la intención de blindarse el estómago.
El vodka ruso y las bebidas Speed nos tenían recorriendo el pueblo por todos los rincones. Un tipo con un pasamontañas nos invitó a utilizar el baño de su casa por 100 pesos.
A las doce de la noche, el momento cúlmine de la víspera de la fiesta religiosa, explotan los fuegos artificiales en plena oscuridad del desierto. Yo abrazo a mi mujer como si fuera Año Nuevo. Todos gritan y la locura es colectiva.
Seguimos caminando y nos encontramos con el diputado Fulvio Rossi. Trato de meterle una conversa, pero el tipo anda como firmando autógrafos y no me pesca. Me doy cuenta de que mi mujer ya está dañada. Se mete a bailar con un grupo religioso y la sacan "por falta de respeto". Decido tomar una micro y volver a Iquique, donde llegamos a las cuatro de la mañana.
Al otro día escapamos de la pensión. Saqué mi tarjeta de crédito dorada y se la mostré al recepcionista del Hotel Cavancha, que nos miraba con curiosidad e incredulidad. Tomamos la habitación 709, con vista al mar, y descansamos durante días de esa alucinante fiesta.
Todavía tengo los tambores sonando en mis oídos.


ajenjoverde@hotmail.com

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