8.08.2005

¡Hay una momia en Valparaíso!



Los días lunes son extraños. El retorno laboral, después de los agitados fines de semana, trae como consecuencia que la gente tenga depresión y caras largas. Me encontraba exactamente en esa situación cuando un amigo escritor me invitó a tomar unas cervezas a un local nuevo en Valparaíso. "Hay una momia instalada en la entrada del bar y sirven shops acaramelados", me señaló con bastante emoción. Computé esos dos datos y resolví visitar el Keop's a las once de la noche de un grisáceo lunes.
La puerta de entrada ya es freak, sin embargo, el féretro de vidrio que contiene la réplica de una momia egipcia me dejó descolocado. En uno de su brazos carga un vaso de shop y en la otra tiene una colilla de cigarro apagada. La reproducción es excelente y muy motivante para los parroquianos que se atreven a seguir caminando por el recinto.
Todo el bar es de un color amarillento oscuro y donde uno mire hay jeroglíficos y adornos relacionados con el mundo de Cleopatra. "Parece que los egipcios inventaron la cerveza", me explicaba mi brother, mientras tratabamos de decidir si nos empinaríamos los jarrones de shop dorado, negro o acaramelado.
Por mil 600 pesos nos sirvieron litro y medio del shop acaramelado, obviamente con un exquisito color caramelo, y todas las cabritas saladas (conocidas ahora como palomitas de maíz) que pudiéramos engullir.
Sólo había tres o cuatro mesas ocupadas, ya que los lunes nunca han sido muy populares, y algunas parejas aprovechaban la clandestinidad que ofrece la oscuridad y la soledad para besarse furiosamente.
Después de bebernos la jarra de shop acaramelado, nos dimos cuenta de que ninguna de nuestras neuronas había sido removida. "Parece que estos shops tiene harta agua y son para los universitarios", replicaba mi amigo, instalando una cara que pedía a gritos una piscolita o un vodka tonic.
Yo pensé que saldría del local egipcio hablando con la momia y contándole mis más oscuros secretos, sin embargo, seguía muy muerta dentro de su tumba de cristal.
La idea de las piscolitas nos seguía rondando por la cabeza y avanzamos hacia la plaza Aduana hasta quedar cómodamente instalados en el ya mítico Lo de Pancho. El local estaba vacío y el barman, que se observaba bastante dañado, nos indicó que cerraba a las cuatro de la mañana.
Dos cortos de pisco, con dos pepsi colas, fueron el comienzo de una grata conversación. Mi amigo escritor me relataba una aventura en Bolivia, donde conoció una poetisa que escribía sus versos sobre la sal, mientras el nervioso barman entraba y salía del lugar.
Yo miraba el bar y recordaba cientos de anécdotas en el Lo de Pancho, ultimo sitial de los borrachos más borrachos, de travestis, prostitutas y malandrines. En los tiempos universitarios cambiábamos vasos por copete y cigarros. Ahora el antiguo dueño no estaba, pero la cosa seguía igual.
Retorné a mi hogar y pensé en la momia sentada en una mesa del Lo de Pancho. La imaginé charlando y riéndose, como un personaje más de la distorsionada noche porteña.

1 comentario:

B3t◙ dijo...

ya Lleva años la momia y la cerveza del puerto la Rubia nunca le encontre sabor y el subterraneo cuando esta habilitado si que era de temer jaja