8.08.2005

Aznar: El antirockero


Durante la semana, ya me habían advertido que después del recital de Pedro Aznar en el Teatro Municipal de Valparaíso, el carrete con el músico seguiría en el Cinzano, el bar símbolo de la bohemia porteña antigua y tanguera.

Salí de mi trabajo a las dos de la mañana y mis pies caminaban acelerados bajo el látigo de la sed de un buen vaso de cuba libre. Al llegar, los mozos amigos me informaron que Aznar tenía una larga mesa reservada, sin embargo todavía no llegaba.

Me senté, junto a una pareja de argentinos amigos, a esperar al compañero de Charly García. Pedí mi ron con cocacola e inicé una conversación sobre los últimos detalles de la teleserie "Resistiré", que sagradamente veo todas las noches.

A eso de las dos y media apareció el cantante con su séquito de músicos y productores. Se sentó al otro lado de la mesa donde estabamos nosotros y pidió una copa de vino.

El público del Cinzano, que en su mayoría venía del recital del cantante, empezó a corear su nombre a todo pulmón. ¡Aznar!, ¡Aznar!, ¡Aznar!. El tímido músico agachaba su cabeza y se tapaba su rostro con una servilleta, en un inocente juego melodramático casi infantil. Todos aplaudian, hasta que salió al escenario a entonar hermosos tangos con Manuel Fuentealba y Carmen Corena.

Pedro Aznar tuvo que pedir un cancionero, ya que las letras no las manejaba a la perfección, e inmediatamente creó un ambiente íntimo y delicado, que sólo los grandes músicos pueden instalar en cuestión de segundos.

Una amigo, a quien le había avisado por celular de la presencia del argentino, llegó hasta el Cinzano con un disco y se lo llevó autografiado. Aznar saludaba a todo el mundo con una gran sonrisa y daba tímidos besos a su copa de vino. Hablaba poco y se reía mucho de las bromas de sus colegas, que eran bastante más desordenados y locos.

Pedro Aznar es todo lo contrario a Charly García. Es un músico muy tranquilo que proyecta un aire de inocencia y relajo alejado de todo fenotipo rockero, donde las drogas, el alcohol y el sexo son invitados seguros.

A las cuatro y media de la mañana los mozos empezaron a despedirnos. El grupo, que estaba integrado por varios argentinos y brasileños, quiso sacarse una fotografía debajo del cartel del Cinzano. Todos comenzaron a corear una canción y se formó como una especie de comunión familiar entre todos los que estábamos siendo retratados con una cámara dígital.

Pedro Aznar se despidió de todos. Yo no crucé ninguna palabra con él, sin embargo me dio un fuerte abrazo y se retiró a descansar a su hotel.

Algunos músicos que lo acompañaban querían seguir la fiesta y logramos que el portero del Máscara nos dejará entrar por 10 mil pesos a un grupo como de 12 personas. Eran casi las cinco de la mañana y sólo pudimos permanecer algunos minutos dentro de ese local, ya que se había acabado la venta de alcohol y la música bajaba de volumen radicalmente.

Al final, había estado al lado de unos de los mejores bajistas del mundo, pero su recuerdo era fantasmal, étereo, casi intocable. La ecuación conformada entre el músico y su música era perfecta.



ajenjoverde@hotmail.com

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