8.11.2005

Cementerio y guachacas


(A Dióscoro Rojas y su tropa de lindos borrachos)

Estoy en el mausoleo de Salvador Allende, en el Cementerio General de Santiago. Mi hijo está con su nuevo brother, que corre disfrazado de hombre araña, y juntos saltan de tumba en tumba. Caminamos por lisérgicos senderos con estatuas extrañas y lápidas con relieves y dibujos de otros tiempos.

"Mira, papá, vienen los vampiros", me dice mi pequeño, entre atemorizado y fascinado. Sigo el camino de su vista y observo a cuatro muchachos vestidos de estricto negro. Uno lleva un sombrero de copa y camisa blanca llena de vuelos. Otro tiene un bastón, y sus rostros están maquillados con el blanco más blanco. Son jóvenes que cultivan el "dark extremo" y que pasean por el cementerio recreando escenas de un romanticismo victoriano ideal.

Entramos a un reducto del camposanto destinado a no católicos y extranjeros. Ahí las tumbas son cada vez más extrañas y algunas gotas que escupió el cielo nos hicieron salir de ese bello lugar y tomar un taxi para partir a casa y empezar la concentración previa para asistir a la Cumbre Guachaca, en la Estación Mapocho.

La dueña de casa tenía un ron Cacique y lo bajamos lentamente, mientras comentábamos la increíble visita al cementerio santiaguino. Como a las once de la noche, y después de llenar una petaca de vidrio, tomamos la micro que nos dejó en las puertas del palacio del pipeño y del sánguche con mortadela.

La entrada costaba cuatro mil pesos, pero hábilmente me había acreditado para entrar como reportero. Mi amiga no tuvo inconvenientes en acompañarme y juntos ingresamos a la Estación Mapocho y nos fuimos directamente al salón "Hip", donde atendían a la prensa y a los invitados especiales.

En una barra instalaron sánguches de mortadela y pebre picante, una olla con huevos duros, y piscola y pipeño en forma gratuita. Empecé con unas hallullas, seguí con generosos vasos de pipeño, un huevo duro y el ron que mi socia sacó de su cartera.

Dióscoro Rojas, el guaripola de los guachacas, me abrazó cariñosamente y les exigía a las meseras que nos atendieran bien, "ya que vienen desde Valparaíso a visitarnos y los porteños son guachacas de toda la humanidad".

Dióscoro es un personaje viviente. Su rostro está lleno de surcos que son historias verdaderas, con miles de anécdotas para reír y llorar. Me contó que trabajaba para el BancoEstado y que pronto soltaría una gran sorpresa a todo Valparaíso, "y será algo grande y muy entretenido".

A las dos de la mañana, la Octava Cumbre Guachaca estaba que ardía. Quería tomarme un terremoto y bajé hasta los locales que expenden ese adictiva mezcla (pipeño, fernet y helado de piña).

Seguí tomando más ron, mientras me encontraba con algunos guachacas del puerto, especialmente el Guachimán de Concón, que bailaba como trompo con su bella compañera.

A las 04.30 de la mañana decidimos salir de la juguera. Mi cerebro estaba bastante dañado y recuerdo que compré cuatro pancitos amasados calientitos para el desayuno, que fueron consumidos en medio de una cañazo infernal y de imágenes que quedarán enquistadas en la frágil memoria carretera.



ajenjoverde@hotmail.com

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