8.11.2005

La hiedra


Por culpa de una mujer estoy en Santiago, una ciudad que sobre todo en el verano me provoca verdadera angustia y rechazo, pero que ahora me recibe en forma tranquila y sana. Estoy recostado en el pasto del Parque Forestal, observando cómo mi hijo se divierte con su amigo en entretenidos juegos coloridos, y mi mente se lanza un piquero hacia recuerdos de una extrema juerga porteña que casi me deja como a la protagonista de "Million Dollar Baby".

Todo partió en mi restaurante chino preferido: el “Pekín”. Ese recinto de calle Pudeto siempre me ha acogido en forma amable y parte importante de mi vida ha desfilado frente a los wantanes y la carne mongoliana. Fue ahí donde cité a un antiguo amor y decidimos tomarnos unos pisco sour y una botella de Pinot Undurraga, en su tradicional envase de cantimplora, para amenizar el menú.

Bien contentos íbamos rumbo al “Éxodo” cuando hicimos un alto en “Moneda de Oro”, "para que pruebes uno de los mejores colemonos de Chile", le expliqué justificando la parada. Ahí nos reímos con el pequeño mozo que atiende en forma risueña y bromista a todos los comensales y cada vez que pasaba por la mesa repetía como un loro esquizofrénico: "Está rico el cola de monkey, ¿o no?"

Después sacamos pasajes al “Éxodo”, donde nos bajamos unos cubas libres. La muchacha tuvo que retirarse, dejándome abandonado en ese bar porteño. Caminé hacia el Proa al Cañaveral, donde se desarrollaba una fiesta del grupo Greenpeace. Me imaginaba que adentro todos bailaban al ritmo de sonidos de ballenas y gritaban "no contaminemos el mar y la tierra".

No estaba preparado para un cuadro así y me marché al London, donde cuatro jóvenes tocaban el más puro rock pesado. Me tomé una cerveza mientras recordaba los tiempos de recitales, poleras negras y agitamientos de cabeza.

Comencé la migración hacia mi hogar y observé que la puerta del Cinzano todavía estaba entreabierta. Un grupo de franceses escuchaba a Carmen Corena, mientras los mozos colocaban las sillas sobre las mesas y la barra. El barman, que ya es mi amigo-confesor, me vendió la última cerveza de la noche.

Carmen Corena me saludó desde el micrófono y le pedí que por favor cantara "La hiedra", bolero que actualmente me eleva desde el suelo hasta la inconsciencia más emocional. "Jamás la hiedra y la pared podrían apretarse más, igual tus ojos de mis sueños no pueden separarse jamás, donde quiera que estés, mi voz escucharás, llamándote con mi canción, más fuerte que el dolor, se aferra nuestro amor, como la hiedra", escucho mientras la Escudo desciende por mi garganta.

Todavía con "La hiedra" retumbándome en la memoria retorno al Parque Forestal, en Santiago. Miro a mi amiga a los ojos y una sonrisa se desplega en mi rostro y le digo que terminemos ese hermoso día en “La Piojera”, con un terremoto en la mano y con la esperanza del amor en la otra.



ajenjoverde@hotmail.com

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