5.26.2006

Mil estrellas


Por Ajenjo

"Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte".
Unamuno

Me bajo en la estación de trenes de la mítica ciudad de Marrakech junto a mi novia y gracias a un amigo musulmán, que habíamos contactado en el vagón, pudimos llegar al centro de la urbe antigua en una micro.
Al entrar a sus callejones inmediatamente un tipo se abalanzó con un cántico demencial: "están todos los hoteles llenos amigo, pero no problema amigo, yo conseguiré donde dormir amigo, no problema amigo, sígame amigo, todo tranquilo amigo, yo no problema amigo".
No paraba de repetir su frase como una oración hipnotizante, mientras nos guiaba a hoteles cada vez más raros y oscuros. La paciencia se me terminó cuando llegamos a una casa de prostitución, llena de muchachas bastante potables. La cara de mi chica no era de agrado, especialmente cuando empecé a consultar a las niñas sobre las comodidades del alojamiento.
Salimos de ahí y le pasé al supuesto guía unas mínimas monedas que me encontré en el bolsillo. El tipo las miró, escupió al suelo y tiró algunos céntimos al piso, mientras me insultaba violentamente.
El sol se empezaba a esconder y la ciudad nos miraba hambrienta y desconocida. ¿Dónde dormiremos?, me preguntaba con los ojos mi novia.
Seguimos buscando alojamiento y encontré un cartel que decía: "Fantasía". Entré y con el lenguaje universal de la desesperación logré comprender que el hotel estaba copado, pero que podíamos dormir en las terrazas, al aire libre, por un módico precio y al otro día tendríamos una buena habitación.
Dejamos las mochilas en el hall y nos largamos a comer un "chawarma" y a tomar bebidas para calmar la ansiedad, mientras pensaba en el lugar que esa noche acogería mis huesos.
Después de un par de horas volvimos al hotel "Fantasía". Un muchacho nos llevó a las terrazas, ubicadas en el cuarto piso, donde había un colchón dos plazas, con almohadas, sábanas y frazadas.
Al lado había un grupo de mochileras alemanas y más tarde llegó un grupo de habladores españoles.
Yo miré al cielo y dije: "este sí que es un hotel mil estrellas", y mientras los demás se reían, los ojos se me cerraron acompañados de una suave brisa nocturna.
A las cuatro de la mañana desperte de un tirón. Un cántico musulmán resonaba fuerte por un parlante ubicado en la torre de una mezquita, al frente de nosotros. Me levanté adormilado y me apoyé en el borde de la terraza, mientras observaba la noche de Marakech. Los cánticos se multiplicaban al ritmo de las numerosas mezquitas que había en el lugar. Nunca en mi vida me había sentido tan extranjero y una emoción indescripitible invadió mi cerebro.
Esa sensación de sentirse ajeno al lugar donde uno está, pero amarlo por su belleza y misterio, es algo que también puede aplicarse al amor.
En la mañana despertamos con los pajaritos. Mi novia fue a buscar al encargado para que nos llevara a una pieza con baño privado y televisor.
Ahí, tirado en la cama y viendo una película músical de la década del setenta en árabe, recordé las terrazas y el despejado cielo de Marrakech y pensé en dormir en lugares así toda mi vida.
El viaje estaba resultando.

ajenjoverde@hotmail.com

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