5.18.2006

El vodka musulmán



Viajar por un país musulmán para un chileno es algo bastante agotador, especialmente por la inexistencia de bares, botillerías o lugares para beber una buena cervecita helada o un combinado para calmar los nervios. De todas maneras, yo estaba informado de esta grave situación y opté por llevar una botella de vino chileno tres estrellitas y un vodka de litro para recorrer Marruecos.
La primera vez que necesité beber algunos tragos fue entre el trayecto Casablanca-Marrakech. Era un viaje en tren de seis horas aproximadamente, por lo tanto necesitaba relajar los músculos y el cerebro.
Llevaba un envase de plástico transparente de un litro, que utilizan los ciclistas, y que posee una bombilla, por lo tanto no era necesario destaparlo a cada rato para beber. Compré jugo de naranja y realicé la mezcla.
Nos fuimos junto a mi novia en un carro de segunda clase, para poder compartir con el pueblo marroquí. En la mitad del viaje ya me había tomado todo el líquido y estaba transmitiendo pesado. Un viejo, que hablaba algo de italiano, me empezó a meter charla. A esa altura ya era multilingüe, por lo tanto conversé con mi nuevo brother sobre el intercambio de mujeres por camellos.
"¿Cuántos camellos me das por esta mujer?", dije arrastrando la lengua y apuntando a mi novia. El tipo me respondió algo inentendible, mientras se reía nerviosamente. Mi novia argumentó que ella valía, al menos, cincuenta dromedarios.
"Imposible", me dijo el tipo, quien explicó que los camellos valen millones de dinares. "Bueno, entonces dame dos camellos por lo menos", le dije en broma, provocando que mi chica se enojara y me empujara del asiento.
Ese acto, para el pueblo musulmán, es totalmente desubicado, ya que las mujeres socialmente no tienen mucha personalidad y andan todas tapadas. Los árabes que iban en el vagón miraron sorprendidos. Aprovechando una parada del tren me bajé y salí corriendo a campo traviesa, como para demostrar mi enojo, mientras todos gritaban: "se volvió loco, se volvió loco". Retorné con una gran sonrisa y me preparé una segunda mamadera.
Finalizando mi estadía en Marrakech me percaté de que a la botella de vodka le quedaba un suspiro. Llené el envase sólo con el transparente líquido ruso y me dirigí hacia un carrito que vendía jugo de naranja fresco y helado.
Le expliqué al vendedor, con señas y cara de sed, que le echara juguito al tarro. El tipo agarró el envase y creyó, para mi pesar, que era agua. Tiró el vodka a la basura, mientras me nacía un grito desde lo más profundo del ser adolorido: ¡noooooooooooo! El vendedor pensó que había matado a alguien y otros peatones se acercaban creyendo que estaba pasando algún hecho policial.
El vodka se había acabado y quedaba más de la mitad del viaje en Marruecos.
Caminé por la plaza de Djemma El-Fná con una pequeña depresión que se disolvió lentamente al recordar que las tres estrellas todavía continuaban con su corcho bien puesto.
El vino chileno salvaría el viaje.

ajenjoverde@hotmail.com

1 comentario:

smoked eyes dijo...

Qué maravilla viajar por el mundo y olvidarse un poco de lo que uno es, hace o vive en este pueblo que a veces oprime. Me entretengo demasiado con tus crónicas y con ellas viajo un poco en mi imaginación, aunque hace poco también me arranqué de estas latitudes y me fui a Cuba buscando nuevos aires que respirar.... e intentando encontrar en el mundo un lugar más acorde con mis inquietudes