8.06.2007

Las Cruces


Por Ajenjo


Siempre había mirado al balneario Las Cruces como un lugar medio mítico. En mi ilimitada imaginación, veía caminar al poeta Nicanor Parra por una bella playa, mientras el ex Yegua del Apocalipsis, Francisco Casas, vestido como una estricta monja, compraba pan caliente en uno de los pequeños negocios.
Hace algunas semanas tuve la oportunidad de desmitificar mi visión y visitar este pueblo, donde engullí las lenguas de erizo más grandes que he consumido en toda mi vida.
Para los nacidos y criados en Valparaíso y Viña del Mar, los balnearios del sur son mucho más esquivos y desconocidos. Todos fuimos a Quintero, Horcón, Maitencillo, Zapallar o Papudo, sin embargo los nombres de Quintay, Algarrobo, Rocas de Santo Domingo y Cartagena, están asociados a los santiaguinos.
Aprovechando uno de los fines de semana largos partimos a Isla Negra. La idea primaria era conocer la casa de Pablo Neruda, ya que todas las veces que fui con mis compañeros de la Escuela de Periodismo lo único que hacíamos era vaciar garrafas en la playa mientras hablábamos y hablábamos.
Ese mismo día jugaban los chicos de la Sub 20 contra Nigeria y mi brother, que hacía de chofer, quería ver el partido literalmente a toda costa. Mi novia dijo que podíamos almorzar en Las Cruces, ya que como buena santiaguina pasó muchos de sus veranos en ese pueblo.
Llegamos hasta un restaurante llamado "Puesta de Sol", donde había una tele chica prendida con el partido de fútbol. Nos atendieron de lujo y nos dimos un inolvidable patache de mariscos. ¡Las lenguas de erizo eran gigantescas y todo era fresco y natural, recién sacado del mar! En síntesis, veinte patadas en la cara a todas las picadas de Valparaíso, Viña y Concón.
Antes que finalizara el partido me fui a caminar solo a la playa. La poetisa CarmenBerenguer paseaba por el restaurante con una amiga. Seguramente venía de la casa de su íntimo amigo Pancho Casas, que vive en Las Cruces. Volví al restaurante y mi brother gritaba como desaforado : ¡Ceacheiiii!, y la gente del restaurante le respondía apasionadamente.
Fuimos a la tumba de Vicente Huidobro, actualmente convertida en una jaula de pésimo gusto con un anciano guardia que te mira como si fueras el Cabro Carrera y nos bebimos unas cervezas en la playa chica de Cartagena.
El remate fueron unos gigantescos sánguches en los kioskos ubicados a un costado del Santuario de Lo Vásquez, donde al ritmo de un video con los chistes del Indio cerramos un asoleado y bello día invernal.
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