Por Ajenjo
Los cactus son plantas raras, cuáticas, que muchas personas encuentran feas y peligrosas. Personalmente, y sin quererlo, han sido el integrante del mundo vegetal que más me ha acompañado en mi distorsionada vida y he podido establecer una peculiar conexión con ellos que muchas veces ha sido sangrienta, romántica y espacial.
Una de mis primeras experiencias con los cactus fue con los scout del Instituto Rafael Ariztía, en Quillota. Estábamos en un fundo cerca del sector de Colbún oTalca (no tengo claridad ya que han pasado decenas de años) y veníamos de una larga caminata de dos días. De pronto me paré al costado del camino (como la canción de Fito Páez) y me caí directamente a un gran cactus. Alcancé a poner el brazo y las agujas se clavaron en la piel y músculos como si fueran un jabón. Mis amigos me sacaron
y me llevaron rápidamente hasta el campamento central, donde un hermano marista, con una gigantesca lupa, me sacó una por una las espinas y me entablilló el brazo por si las moscas.
Años después, en un loco viaje aMéxico, junto a una chilena artista del grabado, visité una comunidad de los indios huicholes, en la ciudad de Real de 14. Observé como tomaban peyote, un pequeño cactus alucinógeno, y el mundo se les convertía en un caleidoscopio lleno de locura y verdad.
Cuando nació mi primer hijo me regalaron un pequeño cactus del tipo San Pedro y lo cuidé por 11 años. Creció dos metros ymedio y tuve que dejarlo abandonado en un patio, en mi última mudanza, con un gran dolor en el corazón. Estaba como traicionándolo.
Una de mis primeras experiencias con los cactus fue con los scout del Instituto Rafael Ariztía, en Quillota. Estábamos en un fundo cerca del sector de Colbún oTalca (no tengo claridad ya que han pasado decenas de años) y veníamos de una larga caminata de dos días. De pronto me paré al costado del camino (como la canción de Fito Páez) y me caí directamente a un gran cactus. Alcancé a poner el brazo y las agujas se clavaron en la piel y músculos como si fueran un jabón. Mis amigos me sacaron
y me llevaron rápidamente hasta el campamento central, donde un hermano marista, con una gigantesca lupa, me sacó una por una las espinas y me entablilló el brazo por si las moscas.
Años después, en un loco viaje aMéxico, junto a una chilena artista del grabado, visité una comunidad de los indios huicholes, en la ciudad de Real de 14. Observé como tomaban peyote, un pequeño cactus alucinógeno, y el mundo se les convertía en un caleidoscopio lleno de locura y verdad.
Cuando nació mi primer hijo me regalaron un pequeño cactus del tipo San Pedro y lo cuidé por 11 años. Creció dos metros ymedio y tuve que dejarlo abandonado en un patio, en mi última mudanza, con un gran dolor en el corazón. Estaba como traicionándolo.
Ahora queme compré una casa me encontré en el patio con más de 12 tipos de cactus diferentes. La antigua propietaria los amaba y hay de todos los portes, incluso uno gigantesco. En el último partido de la selección chilena, emocionado por los goles y el ron, salí al patio y me agaché para observar algo en la tierra. Al levantarme una espina se clavó en mi cabeza, haciéndome una pequeña herida que sangró por algunos segundos. Mis amigos me dijeron que tenía que cortar ese tremendo árbol lleno de peligrosas púas. Creo que, por mis hijos, tendré que hacerlo, pero me dará mucha tristeza podar el tremendo ser verde.
Creo queme gustan los cactus porque son raros, como yo.
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