10.14.2008

Chuchi en la Plaza Victoria


Por Ajenjo


Cerca del famoso “Sexy Show”, donde gordas con cicatrices de cesárea bailan desnudas entre oficinistas ebrios y estudiantes excitados, está una restaurante japonés llamado Kuukai, que lleva varios años ofreciendo sushi a los porteños y turistas que se acercan a las inmediaciones de la plaza Victoria.
Nunca había entrado ya que no soy fanático de estas preparaciones de pescado crudo y sabores raros, pero mi novia, con su mágica influencia en mi cerebro, me terminó convenciendo para conocer el local.
Un garzón, que al parecer llevaba horas trabajando en el lugar , nos ofreció la carta y nos instaló dos platitos con servilletas de tela húmedas y calientes. ¿Qué onda?, digo, mientras trato de mirar a otras mesas y percibo que debe ser una costumbre oriental para lavarse las manos.
También instalaron unos envases con verduritas aliñadas y pedimos una tabla de nueve lucas con muchos rolls y tipos de “chuchi” diferentes.
El plato que llegó a la mesa era digno de una fotografía. Sus colores y el diseño de cada bocado era perfecto. Daba pena meterse a la boca los pedazos de salmón con arroz y destruir la obra de arte del cocinero japonés.
Yo me entusiasmé con un sake sour. El sake debe ser como el pisco para los japoneses y por dos lucas me bebí un excelente y estimulante trago nuevo.
A la hora de irnos le pasé una luca de propina al mozo, que preguntaba al dueño cada 5 segundos que significaban los platos de la carta. El garzón se lo entregó al japonés propietario del restaurante. Yo le insistí que ese dinero era la propina, ganada por su esforzada atención, sin embargo me contestó, en un tono bastante bajo “que todo el dinero debo entregárselo a él”. Seguramente, pensé, después se los distribuirán entre todos los trabajadores. Ojalá así sea.
Con este nuevo descubrimiento culinario viajé a Chantiasco para tratar de levantarle el ánimo a mi suegra con un buen asado.
Me llevé de la calle Pirámide alcachofas, paltas, queso de cabra y queso fresco, ya que todo es el doble más barato que en Las Condes. Le saqué la comida a cada hoja y molí toda la carne, incluido el “potito” de las alcachofas. Compré ricota y rellené las paltas con esa mezcla.
Después encontré una oferta de filete y me mandé dos asados en 10 horas. Terminé tratando de cruzar una puerta de vidrio que estaba cerrada. El golpe sonó fuerte y por suerte no atravesé el cristal. Ahí me di cuenta que ya era hora para irse a dormir y volver a mi querido Valparaíso.


ajenjoverde@hotmail.com

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