1.06.2006

El Hacha

En los momentos en que los lectores posen su vista en esta columna, mi novia Jacobé estará cruzando el Gran Charco y aterrizando nuevamente en Barcelona para seguir con su magister, mientras yo me quedo aquí en Valparaíso con mi dolor de ausencia y un hachazo de padre y señor mío, producto de las malditas fiestas de fin de año.
Los carretes son innumerables, por lo tanto nos concentraremos en lo que sucedió el 31 de diciembre. Ese peculiar día me desperté con un cañazo infernal producto de la excesiva ingesta de colemono con canela en los privados del Menzel y unas cervezas en una fuente de soda llamada Le Bagons (o algo así), ubicada en Pedro Montt . La tele cerebral comenzó a oscurecerse y realmente no puedo acordarme dónde siguió la parranda de término del Carnaval Cultural.
Anduve todo el 31 tomando jugo y pidiendo perdón, además de mentalizarme para enfrentar con buena cara el momento en que el reloj marcara las doce de la noche.
Una amiga que trabaja en el Consejo Nacional de la Cultura me invitó a pasar el Año Nuevo en la terraza del antiguo edificio de Correos. Después de cenar salmón relleno, con Jacobé partimos volando hasta el antiguo y remodelado recinto. Llegamos 10 minutos antes de que comenzaran los abrazos y unos vodka con Dark Dog lograron equilibrar mi vapuleado espíritu.
Nos abrazamos con los amigos de mi novia y partimos a una fiesta en el Terminal de Cruceros que nos había costado doce lucas. La gran movida del evento era su "barra libre ". Llegamos como a la 01.30 y logré abastecerme con un vodka con naranjita. A la hora siguiente era imposible obtener otro trago, salvo que te agarraras a garabatos con decenas de personas, incluyendo los pocos barman que atendían a la sedienta jauría. La fiesta, en conclusión, fue un verdadero fiasco y jamás hay que creer en las "barras libres".
La joyita de la fiesta era la carpa supuestamente electrónica, donde dos hip hoperos sacados de La Legua entonaban versos desafinados y sin gracia.
Jacobé me agarró de un ala y partimos al Cinzano, donde nos encontramos con nuestra verdadera esencia y bailamos bien apretaditos "En Mejillones yo tuve un amor...", que Carmencita Corena cantaba con su bella voz.
Ahí el barman Rodolfo me sirvió dos potentes vodka naranja, ya que no quería cambiar el switch alcohólico y la alegría me volvió al cuerpo. Había resucitado en mi Valparaíso querido, con mi gente querida, en un lugar cariñoso, amable, pero algo caro para emborracharse.
A las siete de la mañana salimos del local. El sol ya se desplegaba anunciando el primer día del año y las calles porteñas eran un espejo de las películas de George A. Romero.
Ahora me he quedado bastante solo y mi más fiel compañera, la resaca, acaricia mis neuronas y me incita a creer que el tiempo pasará volando. No me queda más opción que hacerle caso.

ajenjoverde@hotmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.axolotl.tk/
notable xD