6.10.2010

Cada uno con sus gustos


Por Ajenjo

“Cada uno con sus gustos decía una vieja mientras agarraba a besos a un chancho”, decía mi madre cuando se encontraba en alguna situación particular, donde había alguien que rechazaba la comida o no le gustaba una película. Esta frase la puedo aplicar a un nuevo restaurante que visité en Valparaíso, del tipo “tenedor libre”, que en otras palabras es “coma todo lo que pueda por seis lucas, sin las bebidas incluidas”.
El local abrió sus puertas hace algunas semanas y es toda una novedad para la familia porteña, quien el sábado pasado, y a pesar de la lluvia, repletó el recinto.
Nunca he sido muy fanático de los “tenedores libres”, salvo el “Gatsby”, que lamentablemente está en el mall de Viña y da lata comer en ese ambiente tan cargado al comercio.
Este nuevo local porteño, ubicado en la Avenida Pedro Montt, tiene un afán por la fritura. Todo está pasado por un batido y metido en aceite, lo que causa que uno se llena con tremendos trozos de jibia o de pescado que viven debajo de una fuerte capa amarilla.
En los postres todo está lleno de jalea de diversos colores (“la jalea y el té puro es para los enfermos”, también decía mi madre).
El asador de carnes debiera visitar al sicólogo, ya que mientras uno espera un trozo le cuenta todas sus penurias. Hay un cocinero de sushi que saca algunos roll que la gente se pelea y las ensaladas son puros vegetales rayados.
En fin, a algunos les gusta esta onda de fritura. A mi hígado no.

ajenjoverde@hotmail.com

6.03.2010

Y todo por culpa de unos malditos huevos duros


Seis amigos de Santiasco llegaron a pasar el fin de semana largo al Puerto y les preparé el tremendo panorama: la Cumbre Guachaca 2010 en el centro de eventos El Huevo.
Mis compinches me tenían para la “previa” un vodka aromatizado a la pera, que fue un el primer “punch” de una noche extremadamente etílica.
Hay que ser honestos: después de los cuarenta la “sopaipa” se empieza a pasar más rápido. Es decir, con un par de copas uno ya está transmitiendo como “loro de siete lenguas”.
La cuestión es que la felicidad embargaba mi cuerpo y llegamos al local donde una gran jarra de terremoto, con harto helado de piña, fue la entrada al mágico mundo de Bilz y Pap.
Salió La Sonora Palacios y bailé todos los temas como si estuviera en plena diablada de La Tirana. La danza tropical me daba más sed y me bajaba los vasos de terremoto como “agüita de la llave”.
La Sonora terminó su hipnótico recital y me llegó el hambre. Mi olfato estomacal me invitó a sentarme a una mesa donde habían dos huevos duros. Sin preguntar los descascaré y me los comí ¡Toda una delicia nocturna!
El problema fue que los huevos duros no eran de propiedad del grupo de amigos, sino de una señora que, cuando se dio cuenta de mi cavernícola actitud, me invitó a retirarme recordándome todo el nombre de mi parentela.
Mi hermosa y tolerante mujer estaba algo enojada (seamos sinceros, estaba hirviendo), por mi actitud.
Salimos de El Huevo en medio de punkis que nos miraban y que yo, según lo que me cuentan, invitaba a mi casa.
Al otro día, con una cervecita helada, miré como el Inter le ganaba al Munich, mientras mis amigos santiaguinos se reían a carcajadas de la “fría noche de los huevos duros”.
Ahora estoy “en capilla” y espero que me perdonen antes del Mundial.