9.27.2008

De nuevo grito: ¡Que viva el Inacap!


Chile está goleando a la selección de fútbol de Colombia y, junto a mi brother fotógrafo, nos bebemos unos rones a la espera de asistir a un nuevo encuentro culinario con los muchachos del Inacap. Hace algunos años titulé una crónica de la misma manera y no tengo empacho en volver a hacerlo. ¿Por qué?, se puede preguntar el lector desprevenido. Simplemente porque los jóvenes que ahí estudian materias gastronómicas son espectaculares y nuevamenten nos entregaron una cena llena de sabor.
Lamentablemente tengo la memoria corta bastante dañada y generalmente no puedo recordar a perfección que fui lo que bebí y comí y, cuando se me ocurre anotar en una libreta, lo más probable es que jamás la encuentre. ¡Es que uno termina bastante chispeado y emocionado en este tipo de tertulias!
Nos recibieron con un trago de ron con crema. Exquisito. Después nos sentamos a la mesa y nos llegaron unos finísimos trozos de lengua con una suave salsa verde. Sólo les puedo decir que se deshacían en la boca. Después una entrada de salmón cuyas características no recuerdo mucho y el remate final fue de película: pato. Muy pocas veces he comido esa ave en mi vida. En Venezuela, un italiano muy simpático nos invitaba a cenar el resultado de sus aventuras de caza. Había que tener cuidado en no tragarse las municiones que portaba la fina carne. Ahora los estudiantes nos entregaron un plato estrella, con un hongo shiitake que coronaba la sabrosa carne.
Envalentonado por el vino blanco Sutil y por un mosto tinto de muy buena ley llamé al futuro chef de nombre Juvena ly le dije: 'este es el mejor pato que me he comido en mi vida. Te felicito'. El, muy humilde, me señaló que era un trabajo grupal y que el reconocimiento había que hacerlo expansivo a todos.
Desde esta columna nuevamente los felicito a todos. La atención, el empeño, la dedicación extrema, los detalles, son cosas que quedan grabadas en la memoria de este sibarita porteño. Ahora se viene el II Congreso Gastronómico Hotelero Internacional del Cono Sur y seguramente será un evento magnífico. Por eso, y por muchas más, vuelvo a gritar: ¡Qué viva el Inacap!

9.21.2008

La pequeña España en Urriola



Me salgo de la mitad del concierto de Sol y Lluvia en el Teatro Municipal de Valparaíso para acompañar a mi brother oftalmólogo, quien me había convidado a degustar unas “tapas” a un restaurante de la calle Urriola.
El local se llama “383” , por el número de la calle, y es atendido por su bella dueña. Yo conocía a su ex pareja, Rafael Estica, un excelente chef que había estado en Japón y que ahora trabaja en Reñaca y siempre le juré que iría a verlo a su local, que en ese tiempo se llamaba Delicattesen o algo así. Llegué placé, como dicen los “burreros”, ya que la pareja se desarmó, pero el restaurante sigue vivo.
El asunto es que me comí algunas cosas exquisitas, como “tapas” con alcachofa y queso de cabra. Incluso salimos con un tarro de mermelada de naranja, que la dueña fabrica en forma casera.
Luego de cerrar subimos un poco más por Urriola y pasamos por el “Poblenou”, sin embargo, no entramos y avanzamos unos metros llegando a otro local de “tapas españolas”.
El nombre no me acuerdo, pero está en la intersección de las calles Urriola con Alvaro Besa.
El asunto se nota que está manejado por argentinos (al parecer) y es bastante bonito y bueno. No barato.
He tenido la posibilidad de comer estas “tapas españolas” en Madrid, Barcelona, Segovia y otras ciudades hispanas. Es un invento de este pueblo que a las 12 del día está tomando trago en todos los bares y café y que para no curarse deben ingerir algo de alimento.
Son pequeñas pero sabrosas dosis de comida, que no cuestan muy caro. Esa es la gran diferencia con las “tapas urrolianas” que están ofreciendo en esa calle.
Las “tapas chilenas” parecen canapés y valen cerca de 5 mil pesos cada uno. La idea no es salir a comer hasta quedar con el ombligo parado, pero si es necesario llenar el estómago un poco para no emborracharse con el vino y el ron que uno se manda para adentro.
Todo en Urriola es muy bonito y bastante estiloso, pero están aplicando mal el concepto de “las tapas”. Creo que se enredan en sabores, especies y aliños rebuscados.
Uno quiere conversar con los amigos, reírse, tomarse unas copas y que la vida pase en forma feliz y sin grandes sobresaltos, pero todo se complica cuando llega la abultada cuenta a la mesa.
En Urriola hay buena atención y mucho estilo. Sólo falta más simplicidad.
ajenjoverde@hotmail.com

9.08.2008

El Señor del Choripán


Por Ajenjo

Generalmente, cuando se termina un asado de amigos, siempre sobran cosas: ensaladas, pollo, carne o vino.
Fue precisamente con esas sobras que se nos ocurrió ver el final de “El Señor de la Querencia” en mi casa, junto aun grupo de socios que quería pasarlo bien por un rato.
Lo único que había quedado de la fiesta en Peñuelas era un gran paquete de chorizos y decidimos hacer un choripanada gigante, y de esta manera observar cómo el villano mataba y mataba gente.
Las mujeres presentes eran las más interesadas en la exitosa teleserie, pero cuando empezó el último capítulo y apagamos la luz de la cocina, nos dimos cuenta de que había varios amigos que se sabían al dedillo el argumento del culebrón criollo.
Entre cervezas y vinos, el señor de la querencia eliminaba a sus adversarios con la vista totalmente perdida en la sangre y yo aprovechaba las tandas comerciales para meter pan batido en el horno y acomodar los chorizos en la parrilla eléctrica.
Esto de juntarse a comer y chupar reunidos en torno a la televisión es algo que mi generación tiene en los genes. Recuerdo cuando era muy pequeño y me despertaban para observar peleas de Martín Vargas en exóticos países orientales. Mi padre, amante del box, nos ordenaba frente al televisor y realizaba una larga ceremonia de preparación. Sólo bastaban algunos segundos para que el púgil chileno cayera al suelo inconsciente y todo el proceso se derrumbaba en forma inmediata y había que volver a la cama con la boca amarga .
Los partidos de fútbol, especialmente los de la selección chilena, son un clásico para todos y muchos se reúnen en torno a la parrilla para mirar como, generalmente, golean a los muchachos.
Ahora es una teleserie, protagonizada por un súper sicópata, que nos tiene con un choripán con mayonesa en una mano y un vaso con vodka en la otra.
Al terminar todos opinan. “Que fue poco creíble”, “que se les pasó la mano con los asesinatos”, “que lo deberían haber torturado”. La charla prosigue y prosigue, mientras los embutidos siguen emitiendo su chirrido y la gente come y come y bebe y bebe.
Son los nuevos tiempos, donde los amigos se juntan y comparten amistosamente, gracias a un sicópata latifundista ardiente de sangre y sexo.


ajenjoverde@hotmail.com

9.04.2008

La reingeniería del Danubio Azul

Me llega un correo electrónico del actor transformista Alejandro Cid invitándome para un evento en el renovado Danubio Azul, de la calle Esmeralda, en Valparaíso.
Ya había escrito algunas líneas sobre el cambio que estaba sufriendo esta fuente de soda, que luego de una profunda manito de gato, donde el verde pistacho se tomó el lugar, ahora es un “restobar”.
El asunto es que llegué al Danubio Azul y una niña me cobró mil pesos de entrada, con derecho a un trago, para tener acceso al tercer piso del nuevo pub.
Al llegar me encontré con unos amigos y nos sentamos en unos taburetes a la espera del show. El transformista Cid salió vestido de mujer (la media novedad) y se sentó. Luego habló algunas cosas relacionadas con un feriado religioso y eso fue todo.
¿Qué onda?, nos preguntamos. Para variar yo estaba bajo el influjo del ron con bebida energizante y no me quedó otra que tomar la batuta del espectáculo y me puse a contar historias de ciencia ficción mística, además de recitar el único poema que tengo en mi agujereada memoria. En síntesis: empecé a dar jugo y del bueno.
Después la gente me aplaudió y me quedé callado, pidiendo otro roncito al mozo, mientras en mi interior una voz, relacionada con la vergüenza y la adultez, me decía que dejara de andar siempre pintando el mono.
El asunto es que pusieron música y se largó una fiesta. No había mucha gente pero el ánimo era bueno.
Creo que este local tiene todo para poder convertirse en un clásico de la noche porteña. Tiene tres pisos para crear varios ambientes y realizar todo tipo de actividades culturales. Su dueño tiene el ánimo por delante y debemos apoyarlo, ya que proyecta una buena onda, alejada completamente de los locales de reggaetón o de falsos artistas santiaguinos.
Ojalá que se llevaran a cabo actos artísticos un poco más complejos que el del feriado pasado. Yo vi a Alejandro Cid descendiendo en una tina llena de espuma en el medio del Teatro Mauri, impactando al público. Eso es lo que nuevamente queremos ver.
Y no estoy hablando de una nostalgia chabacana onda “todo lo pasado fue mejor”, sino que retomar la fuerza y la chispa que una vez estuvo presente en todos nosotros y que por el tiempo, los golpes de la vida, el deterioro físico y mental, a veces se apaga.
Todo piloto de califont puede volver a prenderse.